Ir al contenido principal

La Pitonisa

El sonido de los tambores se mezclaba con el de mi corazón que latía tan fuerte que podía sentirlo golpeando en mis oídos, en mi vientre un vacío lleno de ansiedad y un escalofrío llegaba hasta la punta de mis dedos - Camina - la voz severa de mi madre me sacó del trance en el que me había puesto el miedo, pero antes de reaccionar pude sentir como su mano firme me templaba y junto a ella me puse a andar hacia el interior de aquella pequeña tienda.

A pesar de estar bien iluminada por decenas de velas, una oscuridad reptaba en los rincones, algo más denso que la noche que existía afuera, sombras que se movían casi más que las flamas mismas, como queriendo extenderse y devorar la luz que las retaba. Arrastrado por mi madre fui llevado al centro de la tienda y junto a ella me senté en el suelo. Tenía miedo. Frente a mí, un bulto cubierto con una tela oscura, cabellos largos y manos arrugadas salían de su capucha, el resto de su figura parecía estar cubierta por la misma oscuridad que acechaba en los contornos.

Entre esta extraña figura y yo nos separaba menos de un metro. Pude sentir que emanaba un olor a óxido que me cubrió los labios, mezclado con aceite rancio y hierbas quemadas. Sus manos reposaban sobre una tela cubierta de piedras, clavos, semillas y herramientas que no sabría nombrar, todas con curvas, filos quebrados y mangos sucios con escritos en diferentes lenguas. Su mano izquierda se volteó y la dejó abierta, esquelética, como si el tiempo o el hambre la hubiesen consumido casi en su totalidad, dejando sólo los huesos y los tendones bajo la piel. Mi madre puso encima de esas casi garras dos monedas de oro ¿No era eso lo que había ganado el último mes?
Cómo si el peso de las monedas activara un mecanismo viejo y carcomido, la mano se cerró sobre las monedas y con calma las dejó en un pequeño cofre que tenía a su lado, luego una bocanada de aire entró por los pulmones de aquella figura, si debió de tenerlos, como respirando por primera vez en años y con la misma calma vibró tres palabras en un tono que no permitía distinguir su sexo, solo la edad se mostraba a través de sus palabras - ¿Qué quieres saber? -. Algo había cambiado, las sombras se habían acercado más y tenían la consistencia de la savia, rodeaban la luz sin moverse, como si estuviesen retando la existencia del fuego. Mi madre habló – ¿Debe mi único hijo dedicarse a la religión o tiene el Gran Dios Blanco otros portales abiertos para su futuro? – Su voz era firme, exigiendo respuestas, podría parecer de la realeza por su hablar sino fuese porque lo demacrado de sus telas la delataban como una campesina.

La figura hizo unos extraños movimientos, leves pero constantes, pequeños soplos de aire salían de "eso" ¿Tosía o se reía? Ahora volteó la mano derecha, extendida como anteriormente había puesto la izquierda que aún reposaba sobre el cofre – Niño – Dijo, como si fuese el pálido viento del desierto lo que impulsaba sus palabras. No supe qué hacer, miré a mi madre, que con sus ojos tan duros como sus palabras nada me indicaron, solo me hicieron sentir más confundido, esperando que hiciera... ¿Qué tenía que entregarle? Molesta mi madre agarró mi mano de nuevo, pero está vez la dejó sobre la mano de eso que se cerró como una trampa sobre mi muñeca. Iba a saltar, pero la autoridad de mi madre fluyó por sus labios una vez más – Sentado – Obedecí.

Temblaba, mi pulso acelerado me hacía sentir más la piel de eso que me sujetaba, fría, rústica. Su mano izquierda se movió a uno de los cuencos que tenía cerca, sumergiendo sus dedos en una sustancia que luego paso por la palma de mi mano, podía sentir un cosquilleo que se extendía por dónde corría el aceite, se volvía un fuego placentero que me consumía el brazo, sentí las sombras reptar más cerca. Me di cuenta del color de mi mundo en ese momento, color de hierro oxidado, naranja, rojo y marrón, cubriendo las telas que hacían la tienda y a eso que me sostenía. Naranja, rojo y marrón emanaba de las velas, como si la luz luchara por salir a través de las sombras que las rodeaban. Naranja, rojo y marrón en la ropa, los labios y la piel de mi madre. Naranja, rojo y marrón ¿Era mi sangre fluyendo hacia un cuenco? Naranja, rojo y marrón el clavo con lo que eso me pinchaba. Quise gritar, pero mi garganta ya no era mía, como tampoco lo era mi equilibrio, mi mente bajó al hueco que tenía en el estómago y sentí un vacío en todo mi cuerpo. Inmóvil, solo podía ver como gota a gota se llenaba aquel tazón.

Se detuvo, colocó hierbas y ungüento sobre mi mano y con un pedazo de lino blanco me vendó. Mi mente subía un poco al igual que mi pánico, sentía mi voz llegar a mí, pero aún no podía gritar. Eso agarró el cuenco y le agregó polvos y aceites, cantó algo que no pude entender, sonaba como el eco de aullidos de bestias perdidas en el desierto. Sumergió uno de sus dedos en la mezcla de mí sangre, que luego se perdió en la sombra de lo que debió ser su cara. Lentamente lo retiró y se encontraba inmaculado, sentí nauseas, sudaba frío, mi madre estaba indiferente, expectante.

Dejó la mezcla a un lado y volviendo a la pose en que lo encontramos al principio, habló – Solamente saboreo las lágrimas de una madre que ha perdido todo, tierras, nombre y heredero, el futuro es negro para quién carga con la extinción de tantos futuros como el de este niño. – Un escalofrío bajó por mi espalda, siguió – La muerte lo reclama... y pronto, las únicas puertas que el Dios Blanco le abrió fue las de una existencia corta – Madre estaba roja, su cara deformada, pero no había terminado – Si quieres que su existencia valga algo, déjalo como un sacrificio, algún Dios querrá reclamarlo, así no valga nada. – El silencio se hizo presente, ni la brisa soplaba afuera, ni los animales cazaban, solo el crepitar de las velas y un zumbido que venía de las sombras que crecían cada vez más sobre nosotros.
Sentí lágrimas correr por mis mejillas, el miedo había crecido en mí como las sombras de esa tienda maldita, por fin sentí el aire salir de mi garganta, era el bramido de una bestia que sufría, que sabía que el fin estaba cerca. Madre estaba quieta, madera petrificada con una expresión desagradable tallada en su rostro. Con un último movimiento de sus manos nos despachó.

Mientras lloraba sentí como el aire se movía a mi alrededor, al levantar la mirada, madre apuñalaba a eso con el mismo clavo con que me había hecho sangrar. Un líquido negro y viscoso fluía de su cuerpo, que no oponía ningún tipo de resistencia. Madre ahora era una bestia que dejaba toda su ira fluir sobre eso, con cada estocada del clavo, más se manchaba madre de lo que debía ser su sangre. No paraba, las sombras se cernían sobre ella, sus manos estaban negras, se volvían viscosas y goteaban, lo único blanco eran sus ojos, que poco a poco fueron bajando por su rostro, derritiéndose en un pozo. Silencio. Solo quedó la ropa de madre y el clavo encima de eso, bañado por ese líquido negro.

Mis piernas respondieron para correr, algo bajo mis pies me hizo resbalar, no me podía levantar, algo me sujetaba las piernas, lloré, me arrastré hacia la salida, pero al fin, las sombras que rodeaban todo se habían materializado en la misma sustancia que salía a borbotones del cadáver de eso, la misma en la que madre se había desvanecido. Reptaba hacia mi mientras goteaba de cada rincón dónde hubiese sombras, cayendo sobre las velas, oscureciendo el lugar, aumentando su cantidad y densidad, venía a mí. Una por una las velas se apagaron, yo lloraba, sentía miedo, vergüenza, me sentía perdido y desesperanzado, ¿Esa era la muerte que eso había predicho para mí? Dejé de pelear y junto con la última luz de la tienda me entregué a la oscuridad.

Hay un rumor entre varios pueblos del desierto, que, si cruzas cierta encrucijada en la noche siguiendo el sonido de los tambores, llegarás a una pequeña tienda que se nota por dentro muy bien iluminada, dentro vive una pitonisa que por dos monedas de oro te dirá cualquier cosa que quieras saber, pero al pasar por su umbral debes recordar siempre dejas algo atrás cuando cruzas una puerta, los que van sin nada no pueden nunca regresar. Todavía hay gente que la busca.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Paciente N°

Un ensordecedor golpe me despertó.  Mi corazón estaba acelerado, mi cuerpo bañado en sudor. ¿Qué hacía arrodillada frente a una puerta de metal? Miré a mi extraño entorno, una sencilla habitación blanca, con un catre de metal y una pequeña ventana por la que la luz del sol se filtraba, pálida y fría. Sentí el frio subir por mis pies, estaba descalza. Mi ropa, unos andrajos grises que apenas me cubrían, salpicados de manchas rojas, negras y tinto. Examinando mi bata noté cómo mis manos se encontraban cubiertas de lo mismo, guantes viscosos de algo que quería negar, pero el olor a hierro destrozaba cualquier mentira que se me ocurría. En mi estómago se despertó una bestia sin nombre, subió por mi columna como un rayo frio y errático, se manifestó en mis ojos con lágrimas y en mi garganta como un grito. Con el pánico que me llenaba comencé a golpear frenéticamente la puerta, gritaba por ayuda. Minutos pasaron, la inmaculada puerta fue quedando marcada con la sangre que cubría mi

El Túnel: La Soledad Errante de Juan Pablo Castel

El Túnel es una novela corta, con escasos personajes y casi ninguna ambientación, sin embargo, es capaz de comunicar todo un mundo de ideas y sentimientos que transforman la experiencia de leerla en un viaje que te sumerge de lleno en las pasiones y delirios del personaje principal, Juan Pablo Castel, podemos desde la primera persona sentir la oscuridad del Túnel en el que se encuentra. Ernesto Sábato, autor de la novela, la produjo desde el punto de vista de Juan Pablo. Inmerso desde la perspectiva del personaje, vemos como se desenvuelve un manuscrito dónde decide contar a las masas el porqué decidió asesinar a María Iribarne. Confeso como asesino y exponiéndose como humano arranca contando las situaciones desde el momento desde que conoció a María hasta el momento en que decide entregarse a la policía. Todo esto con la esperanza de conseguir un editor que publique su obra con la esperanza de que al menos una persona que lo lea sea capaz de entenderlo. Con un lenguaje un po

El Dios en el Jardín - II

El tiempo pasaba como una niebla por mi mente, no tenía dirección ni sentido. Vacío, caía en una espiral de confusión. Aturdido, repetía todos los eventos mientras miraba perdidamente la pared por dónde se supone habíamos entrado. Estaba en un estado de letargo ¿Dónde había comenzando la locura? ¿Dónde había acabado la realidad? El llanto de Lois me molestaba, se había completamente entregado a la desesperanza, acurrucada en un rincón, su rostro tapado entre sus brazos, su cuerpo daba espasmos cada vez que respiraba. Sentí lástima, vergüenza. Un fuerte ruido me ancló de nuevo a ¿Mi realidad? Neil, golpeaba frenéticamente el ventanal. Llamaba con gritos a la sombra que habíamos presenciado. Sus ojos brillaban con ira. Como pude me reincorporé, lentamente crucé la habitación hacia el ventanal y sujeté a Neil. —       Detente, relájate, piensa ¿Es esto real? ¿Es cualquiera de nosotros real? Es un sueño, no sé si tuyo, mío o hasta de Lois, pero lo que está pasando no puede ser re